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jueves, 24 de octubre de 2013

Parc Agrari del Baix Llobregat


Ziping movió la cabeza dando muestras de aquiescencia, tomó el cuenco, probó el té y halló en él un sabor de inaudita pureza. Cuando se lo tragó, sintió que el líquido bajaba pu­rificándole las entrañas. La saliva, al moverse en la boca, iba dejando aromas por la base de la lengua, a derecha e izquierda. Tomó dos tragos seguidos y fue como si aquel aroma subiera desde el centro de la boca hacia la nariz y le produjera un gusto indecible.
-Increíble. ¿Qué té es? -preguntó él.
-No tiene nada de excepcional. Las hojas están cogidas del monte. Quizá por eso sepa mejor. Lo hacemos con agua del manantial que hay en la cima del pico aquel de allí, el del oriente. El agua, cuanto más alta esté la fuente, más dulce es. Prendemos el fuego con piñas secas y un recipiente de barro. Si suma esos tres buenos elementos, sabrá por qué le parece que está tan rico. Lo que ustedes suelen beber no es sino té cuyas hojas son transportadas desde otros lugares, compradas, y ya casi ni son té. Por fuerza no sabe a nada. Y si además no se fija uno ni en el agua, ni en el fuego, ni en el recipiente, en­tonces no es de extrañar que el resultado sea un sabor que deja mucho que desear.

Liu E - Los viajes del buen doctor Can