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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Librería San Pablo - Santiago de Compostela


Las librerías San Pablo y Paulinas, las dos marcas editoriales y de distribución de la Familia Paulina, se consolidan como la red de librerías líder en el sector de la librería especializada religiosa. Unidas en idénticos carisma y apostolado, las diez librerías San Pablo y las cinco Paulinas se distribuyen por trece capitales españolas que ejercen, a su vez como áreas de influencia en su entorno, lo que permite llegar a un público objetivo más amplio. A estas quince librerías se debe añadir la librería on-line, en pleno rendimiento.


Astucia de una española para sustraer a los Franciscanos el legado testamentario de su marido

En la ciudad de Zaragoza había un mercader rico que, al ver que se le aproximaba la muerte y que no podía llevarse consigo sus riquezas (quizás adquiridas de mala fe), pensó ofrecer a Dios un pequeño presente para satisfacer una parte de sus pecados después de muerto. ¡Como si Dios concediera su gracia por dinero! Y cuando hubo ordenado los asuntos de su casa, dijo que deseaba que se vendiera lo más caro posible un hermoso caballo árabe, que poseía y que se repartiera el dinero entre las pobres Ordenes mendicantes; y rogó a su mujer que, en cuanto él hubiera fallecido, no dejara de vender su caballo y repartir aquel dinero según lo ordenara.
Acabado el entierro y derramadas las primeras lágrimas, la mujer -que no era tan tonta, como no suelen serlo las españolas- se dirigió a un sirviente, que sabía igual que ella la voluntad de su amo, y le dijo: «Me parece que ya he perdido bastante con la persona del marido que tanto he amado, sin tener que perder ahora los bienes. Sin embargo, no quisiera faltar a su palabra, sino mejorar sus intenciones; y es que el pobre hombre,  seducido por la malicia de los curas, pensó hacer el gran sacrificio de dar después de su muerte una suma, de la que en vida no hubiera querido dar ni un escudo en caso de extrema necesidad, como sabéis. Así que he pensado que haremos lo que ordenó a la hora de su muerte y, más aún, lo que hubiera hecho de haber vivido quince días más. Pero es menester que nadie en este mundo lo sepa.» Y cuando el sirviente le hubo prometido guardar el secreto, le dijo: «Iréis a vender su caballo y a los que os pregunten: ¿cuánto?, les responderéis: un ducado. Pero tengo un gato muy hermoso, que también quiero poner a la venta, y que venderéis al mismo tiempo por noventa y nueve ducados. Y así el gato y el caballo valdrán entre los dos los cien ducados que mi marido quería por vender el caballo sólo.»
El sirviente cumplió con prontitud el mandato de su ama, y mientras paseaba el caballo por la plaza, con el gato en brazos, cierto caballero, que ya había visto el caballo y deseaba poseerlo, le preguntó cuánto quería por él. Él respondió: «un ducado». Y el caballero le dijo: «¡No te burles de mí, te lo ruego!» «Os prometo, señor -dijo el sirviente-, que sólo os costará un ducado. Bien es cierto que hay que comprar al mismo tiempo el gato, por el que he de pedir noventa y nueve ducados.» Entonces el caballero, que pensaba hacer un trato razonable, le pagó con presteza un ducado por el caballo y noventa y nueve por el gato, como le había pedido, y se llevó su mercancía. El sirviente, por su lado, se llevó su dinero, con lo que su ama se alegró mucho y no dejó de dar el ducado de la venta del caballo a los pobres mendicantes, como ordenara su marido. Y se quedó con el resto para atender sus necesidades y las de sus hijos.

Margarita de Navarra-Heptamerón