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jueves, 26 de diciembre de 2013

San Esteban






Sorprende a los que no son de aquí,  que en Cataluña se celebre el día de San Esteban casi tanto como el de Navidad. Es típico, además, comer canelones para aprovechar las sobras de la escudella y carn d’olla del día de Navidad.
San Esteban se declaró festivo en Cataluña porque antiguamente era festivo cada día siguiente a alguna fiesta que significara comilona familiar, pues debían recorrerse muchos kilómetros para reunirse las familias al completo en casa del que organizaba la comida, y los transportes no eran como los de ahora.


La sopa de piedras

Un viajero hambriento llegó a una casa en el camino. Llamó a la puerta y, cuando le abrieron, pidió de comer. Pero allí habitaba una fa­milia de corazón duro y poco piadosa.
-Si quieres comer, ¿por qué no trabajas? –le contestaron.
-Os equivocáis -contestó el viajero-, sólo deseaba averiguar si erais gente bondadosa. Yo no necesito comida, pues conozco la receta mágica de la sopa de piedras, así que a mí jamás me falta el ali­mento.
-¿Sopa de piedras? -se preguntaron aquellas gentes egoístas suponiendo inmediatamente que el conocimiento de aquella receta podría reportarles algún beneficio.
-Lamentamos profundamente haberte ofen­dido -dijeron al viajero-. ¿Por qué no entras y después de descansar no nos muestras esa receta de sopa con piedras?
-De acuerdo -contestó el viajero-, lo pri­mero es disponer de una buena olla con agua y po­nerla en el fuego, a continuación debéis recoger una docena de hermosas piedras bien redondeadas, las cuales tenéis que limpiar a fondo.
La familia siguió al pie de la letra las instrucciones.
-Mientras que limpiáis a conciencia las piedras -continuó ordenando el viajero-, nunca estará de más añadirle algunas verduras al agua; así que ir a la huerta y recoger tomates, pimientos, apio, cebollas y zanahorias.
La familia estaba muy contenta, obedeciendo las instrucciones para hacer la sopa de piedras.
-Debéis continuar limpiando las piedras hasta que brillen, esto es muy importante, pero para que el agua de cocción coja más gusto, agregaremos a las verduras un poco de jamón, tocino y una gallina pelada y troceada -ordenó el viajero.
Al cabo de un rato salía un olor estupendo de la olla.
-Falta sal -dijo el viajero después de probar el guiso. Creo que ahora debemos añadirle algunas hierbas aromáticas para amalgamar los sabores, y sólo al final pondremos las piedras si es que sois ca­paces de limpiarlas satisfactoriamente.
Al olor del caldo y ante la admonición del via­jero, los miembros de la familia se afanaron en lim­piar con más brío y entusiasmo las piedras.
-Mientras que termináis de limpiar las piedras, probaré este caldo, donde se han de añadir las pie­dras no sea que no esté en su punto -dicho lo cual, el viajero se sirvió un plato del guiso hasta arriba.
El viajero, una vez acabado el plato, se sirvió otro igual de repleto. Los miembros de la familia veían a aquel hombre como deglutía el jamón, la gallina y las verduras a dos carrillos; mientras la boca se les hacia agua y empezaban a mostrar síntomas de cansancio de tanto frotar las piedras.
-¡Ánimo, más brío, un poco más, y ya estarán listas esas estupendas piedras para añadirlas a la olla, no desfallezcáis que dentro de nada podréis disfru­tar de la irrepetible sopa de piedras. De este modo estimulaba el viajero a los fatigados habitantes de la casa a la vez que terminaba ya el contenido del reci­piente. El niño más pequeño de la casa advirtió el hecho y protestó ya en el límite de sus fuerzas:
-Señor, nosotros llevamos varias horas fro­tando con cepillos estas pesadas piedras, y usted en cambio se ha comido todo el guiso de la olla, ¿por qué no friega ahora un poco las piedras y yo como?
-Muchacho ignorante -clamó el viajero-, ¿no ves que yo soy el único que conoce el secreto de la sopa de piedras? Lo que yo he comido es un simple guiso de verduras, jamón y gallina que cualquiera sabe hacer y que se le puede añadir si se quiere a la sopa de piedras como acompañamiento. Yo, generosamente, me he brindado a mostraros mi secreto, y vosotros en cambio me habéis ofendido, pretendiendo que traba­jase. ¡Nunca me he sentido más insultado!
Dicho lo cual, se dio la vuelta y desapareció de la casa en un santiamén.
Aquella familia se quedó de una pieza, y por más intentos que realizaron, nunca encontraron el secreto de la sopa de piedras, pues cuando intenta­ban imitar lo hecho por el viajero, siempre les salía un guiso de verduras, jamón y gallina. En cuanto al muchacho, recibió una buena paliza y además se quedó varios días sin comer por idiota.