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sábado, 11 de enero de 2014

Branques


Branques es una revista objetual creada para "con-mover". Se plantea el reto de aliarse con el lector para juntos, explorar las posibilidades del ser humano como creador activo de sus propias experiencias. "Con-mover" implica movimiento; es acción, y con ese concepto, branques propone un juego en el cual el lector es mucho más que un mero observador: es un explorador curioso, receptivo y creador; un manipulador de su experiencia y sus hallazgos, que descubre cada rincón de esta revista, la hace suya y da vida a lo plasmado. Branques necesita la curiosidad del otro para tener nuevas identidades, para romper sus propios límites y crecer mucho más allá de sus acotadas dimensiones físicas.

«Slow»

He presentado solicitud de afiliación al «Slow Club», que ha creado una sección también en nuestra ciudad. Entre los datos de mi curriculum indico que voy a pie, que no poseo ni automóvil ni carnet. En efecto, al «desgaste de la vida moderna» el Club opone no ya fármacos o infusiones de hierbas, sino un proceder, un modo de vida, decididamente anacrónico. El círculo tiene su sede en una pequeña villa de armonía vagamente paladiana, no tiene teléfono, y sus locales están amueblados en un estilo que va del Tudor al Biedermeier. Su calefacción es de estufas de leña, y los periódicos llegan solamente con algunos años de retraso, lo cual ha comportado largos trámites con las diversas administraciones y precios particularmente desfavorables. El secretario que me acompaña a través de los locales me hace notar que el retrato más reciente es el de la bella Otero y que el más joven poeta admitido en la biblioteca es el glorioso Baffo. En la sala de lectura se admira un viejo reloj alsaciano de cuco. En el bar se puede pedir únicamente tisanas y ponches de naranja. Los juegos tolerados son las damas, la lotería y la oca; no el ajedrez, que requiere un excesivo dinamismo intelectual. En el «Slow» no son admitidas ni las mujeres ni tan siquiera gente que hable mucho y sea propensa al proselitismo: militares de graduación y sacerdotes, por ejemplo.
Mientras admiro la encuadernación de una colección de la «Scena Ilustrata» me llegan las quedas peroraciones de algunos socios. He aquí las que he podido retener en la memoria.
Primer socio: «El colega Wickers, del club de Chicago, que estudia el ritmo vital de los caracoles, me decía que éste no puede ser parangonado con el nuestro. Si un caracol consiguiera vernos por entero no captaría nada de nosotros, sino sólo el deslizamiento de un avión a reacción, del cual le resultaría imposible aislar movimientos y sonidos. Wickers nos ha mandado sus obras por correo retardado; y pienso que dentro de dos años podrán ser consultadas en nuestra biblioteca.»
Segundo socio. «Ayer se casó una parienta mía. Recibiréis la notificación dentro de unos meses. Se prometió en el 14, pero, al recibir la noticia de que su padre había sido gravemente herido en la guerra, hizo a la Virgen la promesa de no casarse antes de haber bordado con sus propias manos no sé si trescientas o cuatrocientas casullas para la misa. Cuando su padre se curó y su novio regresó sano y salvo del frente, la muchacha se negó a ser dispensada de la promesa. Hace un mes, la enésima y última casulla estaba terminada: y así el novio, renovando sin saberlo la bella historia de Isaac, ha podido llevarla al altar después de treinta y tres años de fiel espera.»
Tercer socio. «¿Alguno de vosotros se acuerda de Carlo Magnelli, compañero mío de Universidad? Cayó en las puertas de Gorizia, en 1916, pocos días después de haber sabido por su joven esposa que su primer hijo se había anunciado felizmente. Carlo contestó en seguida, pero la carta, quién sabe por qué atasco, no llegó a destino hasta el otro día, esto es, con treinta y siete años de retraso. Imaginaréis con qué temblor la mujer, ahora con los cabellos blancos, reconoció la escritura de su marido. Entre muchas noticias y expresiones afectuosas, Carlo pedía a la mujer que bautizara al hijo con el nombre de Glauco, o bien de Margherita, si hubiera sido una niña. Era un poco tarde, porque a la niña, ahora esposa y madre, la habían bautizado con el nombre de Anna. Pero quiere la casualidad que esta vez sea Anna quien espere un hijo; y así el deseo paterno será atendido, aunque sea saltándose una generación.»       
Cuarto socio. «Dentro de breves días me permitiré ofrecer al consejo directivo una infusión de verbena, en un servicio de porcelana que he recibido hace poco. Fue adquirido en China en 1819 por el almirante Lonefield, un antepasado de mi mujer. El almirante, admirado de la habilidad de los artesanos locales encargó una serie de tazas y de jícaras pintadas a mano. "Con mucho gusto -dijo el principal de aquellos modestos artesanos- pero nosotros no hacemos las cosas en serie, tanto menos a un hombre como usted. Denos un poco de tiempo, no mucho: unos cuantos años: tendrá el más bello servicio que jamás se haya visto en Inglaterra." Sir Roger Lonefield, sorprendido, aceptó la propuesta, dejó un discreto anticipo y partió para su país; pero, en el viaje de regreso, su fragata, The Creen Bird, naufragó en las costas de Liberia, y nadie de la tripulación pudo salvarse. Hace un mes, enero del 53, mi mujer, última descendiente de los Lonefield, recibió un voluminoso cajón "extremadamente frágil", del cual, entre verdaderas montañas de algodón, de hojas y de muérdago anti-choque, emergió una serie de maravillosas piezas, algunas de las cuales reproducían el rostro y las hazañas del almirante. Los expertos dicen que es un milagro. No tuvimos que desembolsar ni un céntimo. "La suma pagada por el almirante Lonefield -explicaba la carta que acompañaba al envío-, ha rendido en ciento treinta y tres años tanto como para cubrir los gastos, aunque sea tenida en cuenta la inevitable depreciación de la moneda." Seguían expresiones de excusa por el pequeño retraso, debido también a la búsqueda de los herederos; retraso compensado, se añadía, por el largo amor y por el artístico esmero con que los mejores pintores chinos se habían aprestado a la difícil tarea.»

* * *

Habría querido escuchar más, pero ya algunos rostros amarillentos se levantaban de las poltronas para observar con recelo al desconocido, y, en el reloj, el cuco se asomó cabalmente seis veces para marcar la hora (cu cu, cu cu, cu cu, cu cu, cu cu, cu cu) con un lentissimo exasperante; a este sonido, todos dijeron: «Se ha hecho tarde» y se pusieron de pie.
-Dentro de unos años recibirá noticias de su solicitud -me dijo el secretario acompañándome-. Si no da que hablar a sí mismo, es probable que usted no sea blakboulé. Le tengo dispuesto un carruaje.
En efecto, delante de la puerta, un faetón, tirado por un potro y guiado por un cochero de librea, estaba esperándome para llevarme a la ciudad.
(Eugenio Montale)