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viernes, 20 de junio de 2014

Desván del Lector


    





Desván del Lector es una librería que nace desde los sueños de dos personas apasionadas por el mundo de la lectura. Hacen lo que les gusta y por eso lo hacen bien, buscan ante todo que quedes satisfecho con el servicio recibido. Su objetivo es que navegando en su web encuentres aquel libro que buscas, necesitas o bien te sorprende despertando tu interés. Nostalgia e Innovación, es la combinación perfecta que ofrece la librería donde encontrarás una amplia y extensa combinación de libro tradicional en papel y el libro electrónico, para todas las edades.

Cachorros de bóxer de todos los colores

«Fawaz Hasanin», te dirá con voz suave al presentarse. En cuanto lo veas, te caerá bien, porque Fawaz Hasanin es un tipo simpático. También es bastante coqueto, como lo demuestran su cabello untado con vaselina y el tupé, al estilo Anwar Wagdi, que corona su cabeza. Por no hablar del ancho cinturón de cuero que ciñe su voluminosa panza, con una hebilla de latón que forma la palabra inglesa love, o de esos relucientes zapatos de punta afilada y tacón alto que tanto le gustan. Aunque todas esas cosas pasaron de moda hace más de veinte años -cuando Fawaz era joven—, él todavía las sigue llevando y, a veces, se queda pasmado ante su propia elegancia. Así por ejemplo, mientras charla contigo puedes descubrirlo mirándose la hebilla del cinturón o la puntera del zapato, admirado y orgulloso. Fawaz Hasanin también es muy educado, tanto que en ocasiones te hace sentir incómodo, pues se pasa de cortés. Si te ve por la calle, corre a saludarte, inclinándose ante ti hasta arquear la espalda, como si le encantara doblar ese enorme cuerpo y achicarse por respeto a tu honorable persona. Tiene la costumbre de hablar en susurros, bajando la vista mientras sus gruesos labios forman un círculo, semejante al pico de un inocente gorrión. ¿Acaso puede caer mal Fawaz?
Pues bien, a pesar de toda su amabilidad y dulzura, la respuesta a esa pregunta podrían dártela los vecinos del callejón del Azúcar y el Limón, ya que Fawaz suele parar en el café que hay en esa angosta callejuela. Ellos han visto a Fawaz pelearse con navajas y lanzar sillas. En esas ocasiones, se prepara mostrando los dientes y clavando una mirada ardiente en su oponente, y luego comienza el combate soltando una lluvia de insultos, por lo general referidos a la vida privada de la madre de su rival. Los vecinos nunca se olvidarán del día en que Fawaz se peleó con el suboficial Abdel Ghani, al término de una partida de cartas en la que apostaban dinero. Aquella tarde, Fawaz reunió a los chavales del callejón y se plantaron bajo la casa de Abdel Ghani, junto a las vías del tren. Empezó a cantar con voz alta y ronca y los muchachos repitieron entre risas sus versos: «Señorita suboficial, gordo asqueroso, eres un zampabollos cagón». Ese es el Fawaz que conocen en el callejón. Pero no lo saben todo de él, porque nadie tiene ni idea de a qué se dedica. A veces aparece con dinero, pero casi siempre está sin blanca.
Una mañana, Fawaz estaba sentado en el café tomándose un té con leche y fumando el narguile como de costumbre, cuando pasó por delante un chaval con un cachorro en el hombro. El muchacho iba descalzo y llevaba una chilaba vieja y andrajosa. El perrito tenía el pelo negro y suave y era muy bonito, y llevaba un collar rojo con un cascabel.
—Chaval, ven aquí —le gritó Fawaz, pues una idea surgió en su cabeza.
El chico se acercó mirándolo asustado.
—¿De dónde has sacado ese chucho? -le preguntó Fawaz con voz grave.
—Lo encontré en el barrio de Maadi.
—No lo encontraste, lo has robado. Te vas a enterar —gritó Fawaz, y le plantó un tortazo tan fuerte que el perro se cayó patas arriba.
Fawaz agarró al animal y lo levantó. Era muy raro, le colgaba la tripa, tenía las patas cortas y la cara como aplastada. Fue al puesto de kebab de la esquina a buscarle un hueso y luego se sentó a fumar la pipa y a pensar qué demonios podía hacer con aquel bicho.
El perro era de Maadi, un barrio lujoso, así que valdría una pasta. Había oído que por un bóxer se podían llegar a pagar cien libras. Tras reflexionar sobre el asunto, Fawaz encontró la solución. Al cabo de dos días, publicó un anuncio en Al-Ahram que decía: «Se venden cachorros de bóxer, de todos los colores», seguido del número de teléfono del café.
Por la mañana, Fawaz se sentó junto al teléfono del café y se dedicó a responder las llamadas y a dar a los interesados su dirección en el callejón del Azúcar y el Limón. Antes del mediodía apareció el primer comprador. Un enorme Mercedes negro entró en el callejón y de él se apeó un hombre canoso de aspecto respetable. Tendría unos sesenta años y llevaba un abrigo negro de velarte. Tenía el rostro colorado como los ingleses y, a primera vista, a Fawaz le pareció extranjero. Corrió hacia él y lo recibió con extremada cortesía. Lo invitó a sentarse y le pidió un té con leche, pero no le ofreció su narguile. Luego se volvió hacia él, sonriendo y bajando la vista, y formando un círculo con los labios dijo:
—¿Qué puedo hacer por usted?
—Caballero, he venido por el anuncio de los perros.
Fawaz se relajó al oír la palabra «caballero». Se levantó y pasados unos instantes regresó con el perro, al que había atado detrás de la barra del café. El hombre lo examinó con atención antes de cogerlo y juguetear con él, acariciándolo con mano experta, mientras Fawaz no paraba de hablar:
—Este perro, señor, es el único que me queda. Ya he vendido tres. Como bien sabrá, los bóxer son muy codiciados hoy en día. Mucha gente quiere uno y no lo encuentra.
En un gesto instintivo, Fawaz cogió la mano del hombre y añadió:
—Le juro por Dios que usted me parece buena persona, creo que este bóxer tiene que ser suyo... ¿Qué me dice?
El hombre sonrió y dijo muy tranquilo:
—Gracias, pero este perro no es un bóxer.
—¿Qué? —exclamó Fawaz, incrédulo, mirando a su alrededor como si buscara a alguien que lo defendiera ante tamaña injusticia— Pero ¿qué dice, señor? Este perro es un bóxer de pura raza. Mírelo bien y verá. Le digo que es un bóxer. ¿No lo ve?
El hombre sonrió. Parecía bastante convencido de lo que decía.
-Caballero, los bóxer no son así. Llevo cuarenta años criando perros.
-Entonces, ¿de qué raza es este? —refunfuñó Fawaz, rindiéndose finalmente y maldiciendo en su interior al hombre y al perro juntos.
Las veinte libras que se había gastado en el anuncio empezaron a molestarle y a pellizcarle en la conciencia.
—Esto es un pequinés.
-Bueno, pues da igual lo que sea. ¿Cuánto paga por él? —dijo Fawaz, enfadado y dispuesto a deshacerse del perro a cualquier precio.
El hombre permaneció callado un instante, contemplando al animal con cariño. El perro, como si en cierto modo se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, se puso a dar saltitos ante el hombre, acercando el hocico a él para lamerle la cara.
—Te doy trescientas libras.
Tal fue la sorpresa de Fawaz que le costó un rato asimilar la cifra. Después levantó la voz, protestando:
—¡Ay, señor! ¿Será posible? ¿Un... —no le salía el nombre del condenado bicho- perro de pura raza como este por solo trescientas libras? ¡Si vale por lo menos seiscientas!
Tras un rato de regateo, el hombre sacó trescientas cincuenta libras de la cartera. Fawaz contó rápidamente los billetes, los dobló con cuidado y se los guardó en el bolsillo del pantalón. El hombre se marchó con el perrito en el hombro y el rostro radiante de alegría. Fawaz lo acompañó hasta el coche, se inclinó para despedirse y desapareció.

A partir de aquel día, Fawaz Hasanin dejó de frecuentar el café y el callejón. Nadie sabe por qué. Ayer unos chavales del callejón contaron que lo habían visto por la mañana recorriendo el barrio de Maadi, asomándose a los jardines de las casas, y que en cuanto veía un perro, sacaba un hueso de un maletín que llevaba, sus labios formaban un círculo y con voz dulce llamaba al animal: «¡Perrito! Ven aquí, perrito...».

(Alaa Al-Aswany)