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sábado, 14 de junio de 2014

Editorial Quaterni





Con más de cuarenta años de experiencia en el mundo del libro, nació Editorial Quaterni, una editorial independiente cuya intención es rescatar del olvido algunos de los títulos más leídos de la literatura universal y dar cabida a nuevos autores que tienen cosas interesantes que contar. Quaterni es una editorial para lectores que quieran divertirse con cada libro, que huyan de modas pasajeras y que por encima de todo, piensen que la literatura es una forma de ocio tan importante como el cine y la televisión.

La cabellera negra

Érase una vez un samurái de bajo rango que vivía en la capital. Era pobre y no tenía a quien servir desde hacía tiempo. Un día, inesperadamente, un caballero conocido suyo fue nombrado gobernador de una provincia. Pensó que debía hablar con él por si tenía la posibilidad de acompañarle como sirviente y se presentó en su casa. El caballero lo recibió con amabilidad y le dijo:
-Aunque vivas en Kioto, si no tienes amo, no puedes hacer nada. ¿Qué te parecería venir conmigo a mi nuevo destino? Yo te podría ofrecer trabajo. Hacía años que me preocupaba tu situación, pero, como yo mismo estaba en desgracia, no podía hacer nada por ayudarte. Ahora las cosas han cambiado. Anímate a formar parte de mi séquito.
-Señor, me dais una gran alegría. Os agradezco esta oferta. Estoy dispuesto a seguiros ahora mismo a donde vayáis -respondió el hombre.
El traslado se organizó rápidamente. El samurái tenía que decidir si se llevaba consigo a su mujer, con quien estaba casado desde hacía bastantes años. Durante todo ese tiempo, aunque la pobreza les impuso su pesada carga y la vida les resultaba difícil hasta extremos insospechados, ella se había mantenido joven, además de seguir siendo tan bella como cariñosa. El hombre era feliz y no tenía queja de ninguna clase hacia ella. Sin embargo, ante la perspectiva del viaje a una región lejana, cambió de repente de actitud, dejó a la mujer y se casó de nuevo con una muchacha de familia pudiente. Aparentemente, el hombre hizo bien sus cálculos. Su nueva mujer le cuidaba con esmero y le pagó todos los gastos del viaje necesarios para seguir a su amo. De esta manera, el hombre empezó a tener dinero y llegó a vivir como los ricos.
Instalado en la opulencia, el hombre sin embargo recordaba con frecuencia el rostro de su antigua mujer, a la que había dejado abandonada en la capital. Se preguntaba si estaría bien y sentía a menudo la necesidad de volver a verla y estar con ella. Pasaba así los días, atormentado por el afán de volver a la ciudad donde habría de reencontrarse con su querida primera mujer. Al cabo, el destino del amo en aquella región llegó a su término y éste tuvo que volver a la capital.
Durante el viaje el hombre no cesaba de pensar en el cruel trato que había infligido a su antigua pareja, habiéndola dejado sin mayor razón cuando ella lo quería tanto. Se decía para sus adentros que, nada más llegar a la capital, se encaminaría a su antigua casa para vivir el resto de su vida al lado de ella.
El mismo día en que pisó la capital, el hombre se deshizo de su segunda mujer despachándola a casa de sus padres y corrió a su antigua morada. Ésta seguía allí donde la había dejado, pero su aspecto había cambiado tanto que casi no la podía reconocer. Todo en ella estaba deteriorado, como si nadie la habitara. Cuando el hombre se acercó a la puerta, ésta se abrió sin ninguna resistencia.
«¡Pobre mujer! ¿Cómo pude dejarla sola así?», pensaba. Miró hacia el cielo y en él vio la luna de septiembre, que brillaba con la clara luz del otoño. Sintió el frío de la noche y también la opresión de la tristeza y la soledad del lugar.
Las paredes tenían partes derruidas y en los corredores de madera se veían roturas aquí y allá. De pronto, advirtió una tenue luz que le sirvió de guía para llegar hasta una habitación. ¡Era ella! Su mujer estaba sola, sin ninguna sirvienta. Como si no le guardara el mínimo rencor, lo miró con una expresión de sorpresa y alegría y le pregunto:
-¿Cómo te ha ido? ¿Cuándo has vuelto a Kioto?
El hombre le relató sus andanzas en la lejana región y también el recuerdo y la añoranza continuos que de ella había tenido.
-A partir de ahora, no me alejaré nunca más de tu lado. He regresado con muchas cosas, pero eso lo haré traer mañana, y también vendrán mis sirvientes. Esta noche he venido sólo a hacerte saber mi decisión de volver a vivir contigo.
Cuando oyó estas palabras, la mujer se llenó de contento y empezó a contarle las penurias que había pasado desde que él se fuera sin ella. Con el calor de la charla, el tiempo fue transcurriendo sin sentir y se hizo muy de noche. Decidieron entonces ir a acostarse en el lado sur de la casa. Allí se tumbaron y se abrazaron y el hombre le preguntó: «¿No tienes a nadie que te atienda aquí?». La mujer le contestó que, al estar la casa tan abandonada y sin recursos, nadie quería servirle. Con el relato de tantas desventuras, parecía que no quisiera llegar nunca el amanecer, y el hombre entendió por primera vez cabalmente las verdaderas consecuencias de su acción.
Ya próxima el alba, se dejaron vencer por fin por el sueño. El hombre no habría sabido decir cuánto tiempo pasó, pero ya era totalmente de día cuando despertó sobresaltado: la fuerte luz que entraba por la parte superior de la ventana hería sus pupilas y no conseguía recordar la hora ni el lugar donde se había acostado. De pronto acudió a su mente la noche anterior y se volvió hacia su mujer. Vio la larga cabellera negra que se le deslizaba cuello abajo. Lo que yacía a su lado, sin embargo, era un esqueleto recubierto a duras penas por un pellejo reseco. ¡Había dormido abrazado a un cadáver!
-¿Qué es esto? -gritó el hombre.
Su cuerpo y su mente fueron repentinamente presas del pánico y, recogiendo presuroso la ropa que se había echado encima para dormir, salió corriendo al jardín.
«¿No habrá sido una visión?», pensó una vez allí. Movido por esta esperanza, volvió a asomarse a la casa. Pero allí encontró el mismo panorama que había dejado. Se trataba sin duda de un cadáver que debía de llevar abandonado allí mucho tiempo.
Se puso los pantalones y la chaqueta intentando refrenar el temblor de sus manos y se fue a preguntar a una casucha vecina. Sin embargo, no podía dejar traslucir lo que acababa de experimentar. Así que aparentó haber acabado de llegar y preguntó:
-¿Saben dónde está la persona que habita en esa casa? Parece como si en ella no hubiera nadie.
Al oír la pregunta, el vecino respondió:
-La mujer que vivía ahí fue abandonada por su marido, con quien había estado casada muchos años. Entonces se apoderó de ella la tristeza y enfermó gravemente. No tenía a nadie que la cuidara y este verano, al fin, falleció. Pero tampoco hubo nadie que se hiciera cargo de su cadáver para enterrarla. Así que la gente empezó a tomarle miedo a la casa y nadie ha vuelto a acercarse a ella.
El terror que sentía el hombre era ya insoportable. Sin poder articular palabra, se marchó.
¿Hasta dónde llegaría su espanto? Seguramente, el alma de la mujer que lo quería tanto permaneció esperando la llegada del marido a pesar de la muerte del cuerpo. El anhelo de los años la había convertido de nuevo en un ser vivo que quiso amarlo otra vez. Éste es el hecho más insólito del que he tenido noticia.
Y porque puede ocurrir algo así, siguen diciendo que no se debe dejar de visitar a las mujeres a las que se haya dejado solas, aunque haya transcurrido mucho tiempo.
(Cuento Tradicional Japonés)

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Marcapaginasporuntubo dedica esta viñeta de Quino a todos los estudiantes de Periodismo indicándoles que además de ese abanico de posibilidades que les abre su profesión todavía les queda una más: decir la verdad.