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jueves, 9 de octubre de 2014

Diputación Foral de Álava - Los lectores




          

La lectura

No lo digo por contradecir a mi padre, que llevaba más razón que un santo. ¿Cómo voy a negar, ni yo ni nadie, lo que él decía, que la lectura despierta la inteli­gencia? Eso lo saben hasta los ciegos y, lo mismo que me decía mi padre, que en Gloria esté, yo se lo he repe­tido a mi hijo toda la vida, porque el refrán te enseña que «cuando educas a tu hijo, educas a tu nieto», aunque quién se atreve a decir ahora lo que pasará con mi nieto como están los tiempos y con la madre que tiene, que de eso no quiero hablar, porque los suegros, encima de desear para ellos lo mejor, tenemos mala prensa. Mi hijo tampoco es que haya sido gran cosa cuando le teníamos colgado en casa, la verdad sea dicha, que un día hasta me salió con que, en vez de insistirle tanto en la lectura, leyera más yo y predicara más con el ejemplo, que dón­de estaban mis libros, y que él sabía de sobra que una cosa es predicar y otra dar trigo. El muy sinvergüenza me espetó eso, y el día que me lo dijo tenía yo al alcance de la mano, en una silla, Marcianos en el Sahara, que me había prestado Fabián, el vecino. Pero ni él se fijó en el libro, ni siquiera se ha molestado jamás en mirar los del armario, que eran de su abuelo. Lo que pasa es que uno está ya para pocas discusiones y pocos trotes y, a estas edades, a ver, cada cual se arregla como puede. Y los médicos no son Galenos, eso por sabido ¡qué van a ser Galenos! ¡Ojalá! Cuando me ocurrió aquello, que no quiero ni acordarme porque fue la injusticia de las injusticias y no puedo quitármelo de la cabeza, empecé a dormir mal y el doctor Sánchez, venga a decirme que eso no era insomnio propiamente, que era preocupación y que, en vez de somníferos, necesitaba calmantes, por­que lo mío era sicológico. Y yo, atorao de sueño y con lógica, diciéndole: Pero, vamos a ver, doctor, qué más da que sea sicológico, como usted dice; lo que importan son las consecuencias y las consecuencias son que, aunque a mí no me duela nada, que también habría mucho que decir de eso, yo no pego ojo y, para el caso, que sea sicológico o sea somático o corporal, ¿no será lo mismo? El doctor Sánchez me sonríe y no me da un caramelo, como si fuera un niño, de milagro. Así que calmantes vienen y van, dosis suben y bajan, hasta que me dio esas pastillas pequeñitas y azules de Amitriptilina y cuando a los tres días de tomarlas, noté que mi inteligencia se nublaba y leí el prospecto y vi la lista de efectos secundarios que podían producir, me dije, esas monaditas azules que se las tome el gato, que yo, con sueño o sin él, prefiero tener despierta la inteligencia. Así que me acordé una vez más de la frase de mi padre, porque los efectos secundarios de la lectura son muy otros, y le dije a Fabián que me prestara un libro difícil para recuperar el numen que había perdido, y él me dio una novela de un escocés que se titula Ivanhoe y dice que es famosa. Y ahora me paso la mañana y la tarde a vueltas con ese libro y, por las noches, me meto en la cama con él y, en cuanto leo tres o cuatro hojas, se me cierran los ojos, que me parece increíble que me ocurra y ya no sé lo que leo, y donde dice casa leo cosa, y donde dice ladridos leo ladri­llos, y así todas las noches, pero aguanto y aguanto con el libro en las manos hasta que ya no puedo más y entonces lo suelto y lo dejo caer a donde caiga y me quedo dor­mido como un bendito. Así que la lectura -¡qué cosa tan grande!- también sirve para dormir la inteligencia, ¡alabado sea Dios...!

Medardo Fraile - Antes del futuro imperfecto - Páginas de Espuma