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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Románico catalán


El tiempo recuperado

Un hombre que vivía en un país de Oriente Próximo anunció, hacia 1970, que había descubierto el secreto de la inmortalidad y que no mori­ría jamás. Lo proclamaba con una seguridad pasmosa, afirmando que el secreto no tenía nada de magia, que era fruto de una buena salud, de una vida sana y de diversas prácticas médicas.
Enseguida se le conoció con el mote de el Inmortal y su fama atrave­só las fronteras. A lo largo de los años noventa, pasó por la televisión, lo invitaron a diversos congresos y dio conferencias que trataban siempre sobre el mismo tema: «Cómo hacerse inmortal».
Como su buena salud se mantenía, empezó a tener seguidores que lo imitaban, recopilaban sus palabras y las transmitían. Incluso compusie­ron y publicaron un pequeño libro que se llamaba Camino hacia la in­mortalidad, del que se vendieron más de diez mil ejemplares.
¿Era sincero? Quienes lo conocieron de cerca lo afirman. Su con­vencimiento era total. En 1998, abrió una página en internet que tuvo bastante éxito. Había fundado una asociación llamada «Los amigos de la inmortalidad». Varios de sus discípulos murieron, lo que no impidió a los demás seguir creyendo en él. La idea de que él era el único inmortal empezó incluso a extenderse a su alrededor. Hacía planes de vida a muy largo plazo y esperaba llegar a cumplir doscientos o trescientos años, se­gún decía a los periodistas, para fundar una familia.
Murió en el mes de junio de 2007 mientras dormía. Lo encontraron sin vida por la mañana. Dos de sus familiares acudieron a su cabecera y lo estuvieron contemplando durante mucho tiempo. Su rostro estaba tranquilo, relajado, casi sonriente.
Uno de los dos hombres, que en el fondo siempre había dudado de la inmortalidad del difunto, dijo al otro:
-Ya ves, se equivocaba. A pesar de todo, está muerto.
-No se equivocaba -replicó el otro.
-¿Por qué dices eso?
-Para que admitiese que se equivocaba, ¡habría que poder demostrárselo! Pero ¿cómo podríamos hacerle saber que se equivocó? ¿Se te ocurre alguna idea?
-No.
-Anoche se acostó convencido de su inmortalidad y se ha muerto mientras dormía. No se ha dado cuenta de nada, ni al morir, ni después de la muerte. ¿Entonces?
Y los dos hombres, después de un diálogo de este tenor que se pro­longó durante un tiempo, tuvieron que admitir que el hombre se había muerto inmortal.
Jean-Claude Carrière