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sábado, 31 de octubre de 2015

Caixa Catalunya


Sin embargo, el sionismo oficial en la década de los veinte era un asunto decepcionante. Consistía sobre todo en pedidos de dinero y más dinero; dinero para el Fondo Nacional Judío, dinero para el Fondo de Reconstruc­ción Judío, dinero para el Hospital de Hadassah, para la Universidad Hebrea, para la Escuela de Artes de Be­zalel; y dinero para pagar el sueldo de los que reunían el dinero. El sionismo prometía ser una vía de escape del ghetto, pero el ghetto se había apoderado de él; co­mo una niebla rancia, pendía sobre los Congresos Sio­nistas y los clubs y las oficinas del movimiento. El deber principal de sus soldados rasos consistía en agitar una alcancía para las colectas en una especie de quermese de beneficencia permanente. Esto justificaba la vieja broma: «El sionismo consiste en una persona que persuade a otra persona para que dé dinero a una tercera persona que quiere irse a Palestina.»
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Los dirigentes hacían lo que podían para negar que el sionismo tendiera a la creación de un Estado Judío; dicha expre­sión era tabú dentro de la fraseología sionista oficial. Entre bastidores, sin embargo, los augures citaban la famosa observación privada de Weizmann: «Pensar siem­pre en él, no nombrarlo nunca.» En pocas palabras, la actitud de la diplomacia oficial sionista significaba la tradicional entrada por la puerta de servicio.

A. Koestler - La flecha en el azul