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miércoles, 2 de diciembre de 2015

Fundación Granell



De la vida de Panteley Grymzin, un trabajador

Hace exactamente diez años, el trabajador Panteley Grymzin recibió de su vil, mezquino y chupa-sangre jefe, su paga diaria por nueve horas de trabajo: ¡unos escasos dos con cincuenta!
“¿Bueno, qué puedo hacer con esta calderilla?”, reflexionó amargamente Panteley, fijando sus dos ojos en los dos rublos de plata y cincuenta kopecks sueltos que portaba en la palma de su mano. “¡Tengo hambre, tengo sed, y necesito suelas nuevas para mis botas —las viejas apenas son un enorme agujero—. ¡Oh, qué vida tan infernal que llevamos!”.
Se dejó caer por un zapatero de su confianza y el bastardo le cobró un rublo y medio por un par de suelas.
—¿Aún se molesta en llevar puesta una cruz? —inquirió sarcásticamente Panteley.
La cruz, para decepcionado asombro de Panteley, estaba en su lugar: el velludo pecho del zapatero, correctamente bajo su camisa.
“Ahora, todo lo que me queda es un rublo,” pensó Panteley entre suspiros. “¿Y esto para qué alcanza? ¡Ah!”
Así es que se fue a comprar media libra de jamón, una lata de anchoas, una barra de pan, media botella de vodka, una botella de cerveza y una docena de cigarrillos, y, una vez terminado, su capital entero se hubo reducido a cuatro kopecks.
Y cuando el pobre Panteley se sentó ante su cena frugal, se sintió tan mal que casi comenzó a llorar.
“¿Por qué, por qué?”, mascullaban sus labios temblorosos.
“¿Por qué los ricos y los explotadores beben champaña y licores, comen urogallo y piñas… y todo lo que alguna vez yo obtengo es un vodka corriente, pescado enlatado y jamón? ¿Por qué es la vida tan injusta? ¡Oh, ojalá nosotros, la clase obrera, obtengamos nuestra libertad! ¡Entonces realmente viviremos como seres humanos!”
***
Un día en la primavera de 1920, el trabajador Panteley Grymzin recibió su paga diaria del martes: apenas unos 2.700 rublos.
“¿Y bien, qué puedo hacer yo con esto?”, amargamente pensó Panteley, barajando las multicolores hojas de papel en su mano. “¡Necesito suelas nuevas para mis botas, y reviento de ganas por algo de comida y bebida!”
Fue al zapatero, regateó hasta los 2.300, y salió a la calle con cuatro míseros billetes de 100 rublos.
Compró una libra de pan semi-blanco, una botella de gaseosa, y se quedó con tan solo 14 rublos. Consultó el precio de una docena de cigarrillos, escupió, y se marchó dando media vuelta.
Ya en casa, cortó en rodajas el pan, abrió la botella de soda, y se sentó ante su cena... Y se sintió tan mal que él casi se echa a llorar.
“¿Pero por qué?”, musitó entre sus labios temblorosos, “¿Por qué los ricos obtienen todo, mientras no obtenemos nada? ¿Por qué el hombre come rico tierno jamón rosado, se atiborra con anchoas y verdadero pan blanco, se harta a beber genuino vodka y espumosa cerveza, fuma cigarrillos… mientras yo, como si de un perro cualquiera, debo masticar este pan duro y beber este bebistrajo a base de asqueroso sacarina? ¿Por qué es la vida tan injusta?”
***
Ah, Panteley, Panteley... qué le puedo a usted decir? “¡Hum!”

Averchenko