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martes, 22 de diciembre de 2015

Port de Vilanova


Las señales de Dios

En un pueblo comenzó a llover de modo incesante. El río a cuyas orillas se levantaba el poblado empezó a crecer y a desbordarse, inundando las calles del pueblo.
Una persona, de enorme fe en Dios, le suplicó a éste que lo salvara.
Las autoridades municipales dieron la orden de evacuar el pueblo. El hombre escuchó la noticia en la radio, pero se dijo:
-Ya he orado a Dios, y él me salvará.
La lluvia arreció, el agua siguió subiendo y comenzó a penetrar en el interior de las casas.
Cuando el agua le llegaba a las rodillas del protagonista del relato, una camioneta del Servicio de Defensa Civil vino a buscarlo. El hombre les dijo que no se iría.  Él confiaba en Dios y Dios lo salvaría.
La lluvia era incesante, el agua continuó su crecida y anegó por completo la planta baja de su casa. El hombre, asomado a la ventana de la planta alta, vio una lancha que se detenía ante su hogar.
-Tiene que venir con nosotros –le dijo uno de los hombres que estaban a bordo de la lancha-. El agua es imparable y todavía crecerá más.
Nuestro protagonista, con absoluta calma, les dijo que estaba bien, que había orado a Dios y éste se encargaría de salvarlo.
Luego de insistir durante casi media hora, y ante la inutilidad de todas las razones que intentaban hacer ver al hombre, los rescatistas se marcharon en la lancha.
No mucho tiempo después, el agua alcanzó el nivel de la planta alta, y el hombre tuvo que refugiarse en el techo de la vivienda.
Poco tiempo más tarde, escuchó el estrépito de un helicóptero que se acercaba hasta detenerse, suspendido en el aire, a corta distancia de donde él se hallaba. Desde él le arrojaron una soga y, con un megáfono, le dijeron:
-La situación es desesperante. Esta es la última oportunidad que tiene para abandonar el lugar. Ya no podremos regresar.
El hombre les hizo unos gestos con sus manos indicándoles que se fueran, que él estaba bien y no se iría. Él sabía que, en cualquier momento, Dios se ocuparía de salvarlo. El helicóptero al fin se marchó.
La crecida continuó, arrasando todo a su paso, y el hombre murió ahogado.
Cuando su espíritu llegó al cielo y se encontró con Dios, le reprochó:
-Señor, puse toda mi fe en ti, y me defraudaste. Creí en ti como nadie más podría haberlo hecho en una situación terrible, y tus oídos se cerraron a mis ruegos. ¡No hiciste nada para salvarme!
Dios lo miró, con una expresión mezcla de asombro y diversión, y luego de unos momentos le respondió:
-Querido mío, supe cuáles eran tus necesidades desde antes que me pidieras nada. Y te envié no una ayuda, sino tres: una camioneta, una lancha y un helicóptero…. ¡pero no aceptaste ninguna de ellas!

 (Anónimo)