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jueves, 18 de febrero de 2016

Ocho y medio



El pasajero de al lado

Fue sólo un susto.
El frenazo y el golpe. Los golpes. Estás un poco aturdi­do, pero puedes moverte. Abres la portezuela y te bajas sin mirar al taxista. No te duele nada. Eres un turista. Tu única obligación es pasarlo bien.
Para tu suerte, un autobús frena en la plaza. Te subes sin ver adónde va. Caminas hacia al fondo. Aparte del mendigo que duerme, no hay nadie más ahí. Te sientas. Miras por la ventanilla. La ciudad y la mañana se extienden ante tus ojos. Respiras hondo. Te relajas.

En la primera parada, sube una chica. Tiene unos veinte años y es muy atractiva. Rubia. Todos aquí son rubios. Es la chica que siem­pre has querido que se siente a tu costado. Va vestida informal­mente, con jeans ajustados y zapatillas. Su abrigo está cerrado, pero sugiere su rebosante camiseta blanca. Se sienta a tu lado. No puedes evitar mirarla.
Notas que te mira.     
Al principio es imperceptible. Pero lo notas. Voltea a verte rápidamente con el rabillo del ojo, durante sólo un instante. Cuando le devuelves la mirada, vuelve a bajar los ojos. Se ruboriza. Trata de disimular una sonrisa. Finalmente, como venciendo la timidez, dice coqueta:
-¿Qué estás mirando? ¡No me mires!
Vuelve a apartar la vista de ti, pero ahora no puede dejar de sonreír. Hace un gesto, como cediendo a su impulso:
-¿Por qué me miras tanto? ¿Ah? Ya sé -ahora se entristece-. Se me nota ¿No? ¿Se me nota? Pensaba que no -sonríe pícara-. ¿Te la enseño? Si se me nota, ya no tengo que esconderla. ¿Quieres verla? -se da aires de interesante, pone una mirada cómplice y habla en voz baja, como si transmitiese un secreto-. Está bien, mira.
Se abre el abrigo y deja ver una enorme herida de bala en su corazón. El resto del pecho está bañado en sangre.
Ríe pícaramente y se pone repentinamente seria para anunciar:
-¿Ves? Estoy muerta.
¿Verdad que no se nota a primera vista? Nunca se nota a primera vista. No lo noté ni yo. Será porque es la primera vez que muero. No estoy acostumbrada a ese cambio. En un momento estás ahí y lo de siempre: una bala perdida, un asalto, quizá un tiroteo entre policías y narcos, pasa todos los días. Y luego ya no estás. Sabes a qué me refiero ¿Verdad?
A mí, además, me dispararon por ser demasiado sensible. De verdad. Por solidarizarme. Íbamos Niki y yo a una pelea de perros. Niki es mi novio y es héroe de guerra. Sí. De una guerra que hubo hace poco... No. No recuerdo dónde. Niki tiene un perrito que se llama Buba y una pistola que se llama Umarex CP-Sport. Pero al que más quiere es a Buba. Es un perro muy profesional. Ya ha despedazado a otros tres perros y a un gato. No deja ni los pellejos. Increíble. A Niki le encanta. Es su mejor amigo, de hecho. Entonces, íbamos en el auto, y Niki Y Buba iban delante. Yo iba en el asiento trasero. A Niki le gusta que nos sentemos así, dice que es el orden natural de las cosas. Niki es muy ordenado con sus cosas. Y muy natural.
Saliendo de la ciudad hacia el... ¿Perródromo? No, eso es para carreras ¿Cómo se llama donde hay peleas de perros? Bueno, íba­mos para allá y paramos en una gasolinera para que Niki fuese al baño. Aparte de una pistola y un perro, Niki tiene problemas de incontinencia, pero no se lo digas nunca en voz alta, de verdad, por tu bien. O sea que Buba y yo nos quedamos a solas en el auto. Perdona que me interrumpa, pero no me mires demasiado la he­rida, por favor. Odio a los hombres que no pueden levantar la vista del pecho de una. Y a las mujeres también. Si no estuviera muerta, llamaría a Niki para que me haga respetar. ¿OK? OK.
Bueno, sigo: estamos en el auto, ¿no? Buba y yo. Y Buba me empieza a mirar con esa carita de que quiere ir al baño. O sea, no al baño, porque es un animal ¿no? Pero a lo más cercano a un baño que pueda ir ¿OK? Y me mira para que lo lleve. De verdad, no creerías que es un perro asesino si vieras la cara que pone cuando quiere ir al baño. Se le chorrean los mofletes, se le caen los ojos y hace gemiditos liiindis. Así que lo miro con carita de pena, lo comprendo, ¿me entiendes?, y le abro la puerta para que pueda desahogarse.
Buba baja y yo lo acompaño unos pasos, pero luego veo que en la tienda de la gasolinera hay una oferta de acondicionadores Revlon, así que me detengo porque es algo importante, y él sigue. Y entonces, aparece el otro perro. O sea, una mierda de perro, perdón por la palabra, ¿no? un chucho callejero y chusco con la cola sin cortar y las orejas caídas ¿Has visto a los perros sin corte de orejas y cola? Aj, horribles. Pues peor.
Bueno, te imaginarás, ¿no? El chusco se pone a ladrar, Buba se pone a ladrar, se caldean los ánimos, los acondicionadores Revlon sólo están de oferta si te llevas un champú; Niki no ter­mina nunca de hacer pila y, de repente, la persecución de Buba al otro, los ladridos, los mordiscos. Lo de siempre, excepto el camión. Lo del camión si que no había cómo preverlo porque, o sea, no es que una pueda adivinar el futuro. Sabes a qué me refiero, ¿verdad? Yo llegué a escuchar el frenazo y el quejido perruno. Francamente, por esa mariconada de quejido, yo pensé que había chancado al chusco.
Pero no fue así.
Cuando Niki salió del baño y vio a su perro, yo ya estaba buscando protectores solares. Niki se arrodilló junto a Buba, le besó las heridas, se puso de pie y vino directamente hacia mí. Yo lo recibí con una sonrisa, pensando, mira, qué bien, ¿no? Nosotros estamos vivos, o sea, ha podido ser peor. Y él me recibió con cuatro dispa­ros de la Umarex CP-Sport. Es amarilla la Umarex CP-Sport ¿Al­guna vez has visto una pistola amarilla? Niki tiene una.
Lo demás de estar muerto es rutinario. Sabes a qué me refiero, ¿verdad? Es aburrido, porque ya nadie que esté vivo te escucha. Eso sí, vienen por ti, te llevan en una camilla, o sea, ya estás muerta pero igual te llevan en una camilla y en una ambulancia. Qué fuerte, ¿no? Como si estuvieras viva. Eso te hace sentir bien, ¿no? Valorada. Te llevan a una clínica, privada, llenan unos papeles y ahí te guardan. Hace frío ahí.
Hace mucho frío.
Ya ahí conoces otros cadáveres, te comparas con ellos, te das cuenta de que estás mucho mejor que ellos, o sea, te ves bien a pesar de las dificultades, ¿no? Y eso es importante para sentirte bien con­tigo misma. Claro, la herida no ayuda, pero no te imaginas cómo está la gente ahí, ¿ah? O sea, no se cuidan nada. Y eso que son gente bien, ¿ah? No creas que a cualquier muerto lo llevan a una clínica de esas.
Al principio sobre todo te sientes bien insegura. Es como si te diera la regla pero sin parar y por el pecho. Entonces, es bien incó­modo. Pero luego llega un doctor guapísimo, de verdad. Sabes a lo que me refiero, ¿no? Entonces están tú y él a solas, pero no como con Buba en el auto, sino distinto, porque tú estás muerta y él no es un perro, es como más íntimo, ¿no? Y él empieza a tocarte, a acariciarte, masajearte, pasa sus manos por tu cuerpo. Y están calientes sus manos. La mayoría de las cosas vivas están calientes. Y luego te abre en canal para buscar cosas en tu interior. Y, ¿sabes qué? Sientes... no sé... sientes que es la primera vez que un hombre tiene interés en tu interior. No sé. Es como muy personal. Pero te dejas, permites que sus manos recorran tu anatomía, te parece que nadie te había tocado antes en serio. Y te da un poco de penita, de verdad. Hay cosas que yo no sabía que tenía, que en toda mi vida nunca lo supe, como el duodeno, la aorta, el esternocleido­mastoideo, ¿no? El tríceps si sabía, por el gimnasio. Y te dices, pucha, me habría gustado saber que tenía todo esto porque, no sé, ¿no? Es parte de ti y tienes que vivir con eso, y este hombre las descubre para ti. No sé cómo explicarlo. Es algo supersuperpersonal. De haber tenido fluidos, creo que hasta habría tenido un orgasmo. ¿Y sabes por qué hace eso el forense? ¿Por qué me lo hizo a mí con ese cariño? No sé, lo he estado pensando un montón, no creas, y... creo que lo hace porque a mí no se me nota. Claro, si me miras bien, sí. Pero a primera vista no se me nota lo muerta. Yo creo que al forense le gustan las muertas poco ostentosas. Yo soy muy sen­cilla. Y tú también, de verdad. Si no hubiera visto tu accidente en el taxi, hasta pensaría que estás vivo. Uno te tiene que mirar bien para darse cuenta, pero al final, un ojo con experiencia pue­de percibirlo.
Es por tu mirada, creo.
Tienes ojos de muerto.
Santiago Roncagliolo


Pepi quiere dedicar esta canción a todos los que son capaces de emocionarse con este tipo de música.