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domingo, 30 de octubre de 2016

Madeira 2




Botánica oculta

La «suplicante»

Cuando el capitán Jacques Duvillier avistó, a bordo de la fragata Tonerre, una nueva isla en el mar de la Sonda, decidió llamarla «L'ile des tortues» en consideración a que éste era un nombre poético y también a que, sin duda, de­bía haber muchas tortugas en la isla. Arribados a la costa, y fondeada la fragata en una pequeña ensenada, el capitán Duvillier y los hombres de la tripulación no encontraron rastro de tortugas, pero en cambio se enfrentaron con unos terribles y soñolientos dragones, llamados varanos, de casi cuatro metros de longitud, que rugían espantablemente. Otras maravillas hallaron en la isla, tales los nabos-­calabaza, los mosquitos gigantes, los pájaros-sierra y los perros danzantes que poblaban abundantemente la intrin­cada maleza. La isla era de una fertilidad lujuriosa, pero algo indefinible les sorprendía e intrigaba. Algo que el ca­pitán Duvillier definió como un «aura musical».
Llegada la noche, ocurrió lo imprevisible. Hallábase la marinería en la cubierta del Tonerre, celebrando la ane­xión de una nueva isla para Francia y bebiendo aguar­diente de cerveza, cuando al bretón Saint-Séverin, cocine­ro del barco y hombre de voz aterciopelada y profunda, le vinieron ganas de cantar el «Roi Dagobert», cosa que hizo muy inspirado mientras la tripulación le contestaba el es­tribillo. De pronto, se oyó un gran chapoteo en el agua, justo a estribor, emergiendo acto seguido un alto macizo de algas ondulantes, formando un solo cuerpo, el cual se enderezó a considerable altura, destacándose en su centro un alga de mayor tamaño y color rojo. Luego, ante la estu­pefacción de todos, aquel extraño vegetal marino se puso a cantar, repitiéndolas con entusiasmo, las mismas estrofas del «Roi Dagobert», pero tal como lo haría el más perfec­to orfeón, pues el arbusto rojo conducía el canto con voz de tenor, mientras los demás se integraban en coro matiza­do. Cuando llegó la última estrofa, este conjunto orfeóni­co adquirió suavidades y delicadezas sin cuento, susurros emocionados y delicuescentes. Al cabo de unos momen­tos, después de una pausa en la que recogió los aplausos del valiente capitán Duvillier (la tripulación estaba petrifi­cada por el asombro y el miedo), la enorme planta-canto­ra, haciendo gala de una erudición musical y folklórica poco común, empezó a entonar una canción galante de Guillermo IX de Aquitania, conde de Poitiers (1071-­1127), la que empieza:

On m' appelle Maítre infaillible,
La femme qui m' a eu un soir
Le lendemain veut me revoir.
Dans ce métier, je puis le dire,
Je suis tres fort...

El concierto duró varios días, y como la planta-orfeón no tenía raíces, era muy pacífica y sólo le importaba can­tar, el capitán Duvillier la hizo arriar a bordo, donde la acomodó en una gran cuba llena de agua que se constru­yó febrilmente. La planta o árbol-orfeón permanecía sumergida al fondo y salía únicamente así que oía cantar a alguien. Entonces escuchaba, respetuosamente pero im­paciente, para lanzarse en seguida a repetir la canción. Lo malo es que seguía después con todo el repertorio y no ha­bía forma de detenerla.
Llegado a Francia este fenómeno de la naturaleza, fue trasladado al Jardin des Plantes, de París, donde los botá­nicos lo estudiaron, pero adujeron que esta planta era ya conocida con el nombre de suplicante, pues habló de ella el negociante lionés Philippe Sylvestre Dufour en su libro Traites nouveau et curieux du café, du thé et du chocolat. Ouvrage également nécessaire aux médecins et à tous ceux qui aiment leur santé, publicado en 1685. Dufour decía que nada hay comparable como tomar café sentado en un arrecife oyendo un concierto de canto de la «suplicante».
Sabido ya su nombre, la «suplicante» hizo las delicias de los parisienses que acudían en tropel a escucharla en el Jardín des Plantes, pero fueron tantos los abusos y vejá­menes a que fue sometida (todo el mundo quería esquejes de este vegetal) que, al cabo, Luis XIV mandó trasladar la «suplicante» a palacio donde fue custodiada celosamente. Cuando Federico-Guillermo I, el rey sargento, se entrevis­tó con Luis XIV, éste quiso reservarle una sorpresa y, en efecto, a mitad del banquete ofrecido batió palmas, abriéndose unos cortinajes y entrando, arrastrado por los lacayos, un pesado carromato con una enorme cuba encima. Luis XIV dirigió una significativa mirada a Felipe de Orléans -que habría de ser regente justo un año des­pués-, el cual con mucha pompa empezó a cantar un fragmento de Soeur Monique, de Couperin, músico que estaba de moda en la corte. Inmediatamente se alzó la «su­plicante» repitiendo el fragmento y extendiéndose en un arcaico repertorio de Carmina Burana, lo que dejó anona­dado al rey sargento.
La incuria de los tiempos hizo desaparecer las trazas de la «suplicante», pues a la postre, muerto Luis XIV, resultó muy impopular en la corte de Luis XV, el nuevo rey, a cau­sa de los gastos que suponía hacer traer de El Havre el agua de mar necesaria para la planta cantora, lo cual se ha­cía, dos veces por semana, en una carreta de bueyes. La úl­tima noticia fidedigna que se tiene de ella es que actuó en el Teatro Apolo, de Madrid, la noche del estreno de La verbena de la Paloma, del maestro Bretón, que fue el 18 de febrero de 1894; pero actuó de tapadillo, tras los decora­dos y las bambalinas para no alarmar imprudentemente al público.
Ahora, Salut les Copains ha resucitado la cuestión, pues la «suplicante» acaba de grabar un disco con los Beatles, y parece ser que hay posibilidades de que actúe en el próxi­mo festival de la Eurovisión representando a Indonesia.
En cuanto a su naturaleza, muy poco conocida, sólo se sabe que se alimenta de las miasmas del agua del mar -es decir, del plancton- y, no estando sujeta a ninguna clase de represión sexual, se reproduce libremente por esporas.

Perucho, Juan