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viernes, 25 de noviembre de 2016

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Los cien cruzados

Un cavador, habiéndose levantado muy de mañana para ejercitar su pobre oficio, yendo cargados sus asnos vio en medio de la calle un talegón; dándole con el pie, vio que eran dineros, y que a gran prisa venía uno de a caballo en busca de ellos. Para mejor cogerlos sin peligro echóle la tierra encima. Como juntase el mercader y le dijese:
-Buen hombre  ¿habéisme visto un talegón que se me ha caído, con cierta cantidad de moneda?
Le respondió:
-¡Dejadme, cuerpo de tal, con vuestra talega o talegón, que harto tengo que ver en volver a cargar esta tierra que me ha echado el asno!
Ido el mercader, cargó el astuto hombre su tierra con el talegón, y llevándolo a casa, él y su mujer, de muy regocijados se pusieron a contar los dineros, y de ver que eran cruzados de oro de Portugal, regostáronse con ellos de tal manera que, sin darse cuenta, se les cayó uno detrás de la caja que estaban contando, y vueltos en el talegón como estaban, alzólos la mujer.
El mercader, por parte del alcalde, mandó publicar que cualquier que se hubiese hallado un talegón con cien cruzados de oro, que los manifestase y que le darían diez por buen hallazgo. Venido a noticia del cavador, díjolo a su mujer; ella no queriéndoselos dar en ninguna manera; él, con buenas palabras, inducióla que de más conciencia y más provecho les sería tomar diez ducados de hallazgo, que los cien cruzados no siendo suyos, y así, se los dio. El buen hombre, venido delante del alcalde, manifestó los dineros, los cuales, vista la presente, libró en poder del mercader, habiendo dado sus testigos y razón satisfactoria que eran suyos. Y como el mercader los reconociese y hallase uno menos, dijo:
-Mire vuestra señoría que aquí no hay sino noventa y nueve cruzados, y los míos son ciento. ¿Cómo quiere que se termine este negocio?
Pensando el alcalde que no fuese maña del mercader por no pagar el hallazgo prometido, dijo:
-¡Sus! Ya lo entiendo, que no deben de ser esos los vuestros dineros. Volvédselos al buen hombre.
Vueltos, más por fuerza que por grado, fuese el cavador muy alegre a su casa, y antes que a ella llegase, encontró con un aguador, gran amigo suyo, que se le había caído el asno en un lodo, y rogándole que se lo ayudase a levantar, tomóle de la cola, y tirando de ella quedósele en las manos, por lo que el aguador empezó a dar voces:
-¡Don traidor! ¡Pagadme mi asno que me habéis desrabado.
El cavador, medio turbado de lo que le había acontecido, dando a huir encontró con una mujer preñada, de tal manera que cayó, y fue cogido por la justicia y la mujer, del encuentro, malparió, vista la presente. Así, que apresado el cavador, y detrás de él el amo del asno, y la mujer y su marido, fueron ante el alcalde. Oída la queja, tan graciosa, del amo del asno, que se lo pagase porque se lo había desrabado, y la necia demanda del marido, porque se afligía en extremo, diciendo que de qué manera podía sentenciar su señoría que su mujer estuviese preñada como se estaba, oídas las partes, dio por sentencia: que en cuanto a la demanda del asno, que se lo llevase el cavador a su casa, y que se sirviese de él hasta en tanto le saliese la cola; y porque el marido reprochó de qué suerte sentenciaría que su mujer estuviese preñada como se estaba, sentenció que se la llevase el cavador a su casa y que tratase de devolvérsela preñada, con tal que su mujer fuese contenta. La cual sentencia fue muy aprobada y reída del pueblo, y obedecida, aunque le pesase, del ignorante marido. Viniéndose el cavador a su casa, alegre y regocijado por verse señor de dineros y de asno y de mujer nueva, salió la mujer a recebirle, diciendo:
-¿Qué es esto, marido?
Respondió:
-Ventura, mujer; toma ese talegón que los cruzados son nuestros.
Pidióle más:
-¿Y el asno?
-También es ventura, porque me ha de servir hasta que le salga la cola.
Replicóle:
-¿Y la mujer?
Respondió:
-También es ventura, pues la tengo que devolver preñada a su marido.
-¿Cómo que devolver preñada?  -dijo la mujer-. ¿A eso llamáis ventura? No es sino desventura.  ¿Dos mandadoras en una casa?
Respondió el marido:
-Mirad mujer, que el juez lo ha mandado.
-¡Aunque lo mande y lo remande! -dijo la mujer-. Yo soy la que mando en mi casa y ¡por el siglo de mi madre! tal no entre de las puertas adentro. 
Despidiéndola, como el marido de ella la hubiese seguido, ya presumiendo 1o que se podía seguir, cobró su mujer muy satisfecho y contento. A cabo de días, tornó el mercader a suplicar al alcalde, dando otros testigos de fe y de creencia, cómo eran suyos los cruzados, por lo cual mandó llamar al cavador y que trajese el talegón con los cruzados. Traídos, mandó el alcalde que se los diese. Dijo el cavador al punto que se los dio, pensando que tampoco los recibiría.
-Mire, señor, que no hay sino ochenta, porque los otros se han gastado en alhajas de mi casa.
Respondió el mercader:
-Ochenta o setenta, dad acá, que no quiero contarlos, que más vale tuerto que ciego, que yo los recibo por ciento. Anda con Dios.
Contentas las partes, cada cual se fue a su posada.
Oyendo el aguador que todos habían cobrado sus haciendas, así el mercader sus dineros como el otro su mujer, apareció ante del alcalde suplicando que le mandase restituir el asno, que él era contento de recibirlo desrabado, así como estaba. Proveído, cobró su asno, y el cavador se quedó con veinte ducados, y libre de los querellantes.

Juan Timoneda