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sábado, 14 de enero de 2017

Esteve Paluzie


Neftalí, el narrador, y su caballo Sus   (Fragmento)

Como todos los niños del pueblo, Neftalí se levantaba pronto para ir al cheder. Estudiaba con más diligencia que los demás ni­ños. ¿Por qué? Porque Neftalí estaba ansioso por aprender a leer. Había visto a los niños mayores leyendo libros de cuentos y había sentido envidia de ellos. ¡Qué feliz era quien podía leer un cuento en un libro!
A los seis años, Neftalí ya era capaz de leer un libro en yiddish, y desde entonces leyó todo libro de cuentos que caía al alcance de sus manos. Dos veces al año un vendedor de libros, llamado Reb Zebulun, visitaba Janów, y en el saco que cargaba al hombro llevaba entre otras cosas algunos libros de cuentos. Cada uno cos­taba dos groschen y, aunque la paga que su padre le daba a Nefta­lí era de dos groschen semanales, conseguía ahorrar suficiente di­nero para comprar varios libros de cuentos cada temporada. Tam­bién leía las historias del Pentateuco de su madre, escritas en yid­dish, y las de sus libros de moral.
Cuando Neftalí se hizo mayor, su padre comenzó a enseñarle a manejar los caballos. Por entonces era habitual que un hijo con­tinuara en el oficio de su padre. A Neftalí le gustaban mucho los caballos, pero no sentía entusiasmo por hacerse cochero y llevar pasajeros de Janów a Lublin y de Lublin a Janów. Quería ser ven­dedor de libros y llevar un morral lleno de cuentos.
Su madre le decía:
-¿Qué hay de bueno en ser vendedor de libros? De cargar el morral día tras día se te encorvará la espalda y se te hincharán las piernas de tanto andar.
Neftalí sabía que su madre tenía razón y pensó mucho en lo que haría al hacerse mayor. De improviso se le ocurrió un plan que le pareció tan sencillo como inteligente. Conseguiría un caballo y un coche, y en vez de llevar los libros a la espalda, los llevaría en el coche.
Su padre, Zelig, dijo:
-Un vendedor de libros no gana suficiente para mantenerse a sí mismo, a su familia y, además, a caballo.
-Será suficiente para mí.
Una vez, cuando Reb Zebulun, el librero, fue al pueblo, Neftalí tuvo una conversación con él. Le preguntó de dónde conseguía los libros de cuentos y quién los escribía. El librero le contó que había un impresor en Lublin que editaba libros, y que en Varsovia y Wilna había escritores que los escribían. Reb Zebulun dijo que podría vender muchos más libros de cuentos, pero que ya no tenía fuerzas para ir a pie por todos los pueblos y aldeas y que hacerlo así no le proporcionaba suficientes beneficios.
Reb Zebulun dijo:
-Es posible que llegue a un pueblo donde sólo haya dos o tres niños que quieran leer cuentos. No me es rentable andar hasta allí por los pocos groschen que pueda ganar, ni me compensa mante­ner un caballo o alquilar un coche.
-¿Qué hacen esos niños sin libros de cuentos? –preguntó Neftalí.
Y Reb Zebulun replicó:
-Tienen que apañarse. Los cuentos no son como el pan. Se puede vivir sin ellos.
-Yo no podría vivir sin ellos -dijo Neftalí.
Durante esta conversación Neftalí preguntó también de dónde sacaban los escritores todas sus historias y Reb Zebulun dijo:
-Ante todo, en el mundo ocurren muchas cosas extraordina­rias. No pasa un día sin que suceda algo insólito. Además hay es­critores que inventan esas historias.
-¿Las inventan? -preguntó Neftalí asombrado-. Si es así, son unos mentirosos.
-No son mentirosos -replicó Reb Zebulun-. La mente hu­mana no puede inventar nada en realidad. A veces leo un cuento que me parece absolutamente increíble, pero llego a un lugar y oigo que esas cosas ocurrieron efectivamente. La mente es crea­ción de Dios, y los pensamientos y las fantasías humanas también son obra de Dios. Si algo no sucede hoy, fácilmente puede suce­der mañana. Si no en un país, entonces en otro. Existen mundos infinitos y lo que no pasa en la Tierra puede pasar en otro mundo. Todo el que tenga ojos para ver y oídos para escuchar absorbe su­ficientes historias para el resto de su vida y para contar a sus hijos y a sus nietos.
Esto fue lo que el viejo Reb Zebulun dijo, y Neftalí escuchó sus palabras con la boca abierta.
Finalmente, Neftalí dijo:
-Cuando crezca, viajaré por todas las ciudades, pueblos y aldeas y venderé libros de cuentos en todas partes, tanto si me resul­ta rentable como si no.
Neftalí también había decidido algo más: hacerse escritor de cuentos. Sabía muy bien que para ello había que estudiar, y con todo su corazón se dispuso a aprender. También comenzó a escu­char más atentamente lo que la gente decía, los cuentos que con­taba, y su forma de relatarlos. Cada persona tenía, ya fuera hom­bre o mujer, su propia manera de expresarse. Reb Zebulun le dijo a Neftalí:
-Cuando pasa un día, ¿qué queda de él? Nada más que una historia. Si no se contaran cuentos ni se escribieran libros, los hom­bres vivirían como los animales, al día. Hoy vivimos, pero, maña­na, hoy será historia. Todo el mundo, toda la vida humana, no es más que una larga historia.

Isaac B. Singer