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martes, 25 de julio de 2017

Descubriendo la capilla de San Telmo



Huarapo

Afectuosamente para Miguel Martínez Rendón

-¿Ves? Primero es huarapo... después, cachaza, luego melado, después melcocha, por último piloncillo.
La voz de mi padre se oía entre el bufar de los émbolos.
Me llevaba de la mano recorriendo los departamentos del enor­me trapiche. Su voz era insinuante. Se notaba a leguas su afán de enseñarme.
-Aquellos son los moldes. Allí están los peroles... esos hom­bres desnudos son los batidores... tienen la piel curtida, la cachaza hirviente no les levanta ampollas.
Y pasaban corriendo cerca de nosotros muchos hombres encue­rados hasta medio cuerpo. Los calzoncillos de manta delgada se enrollaban hasta muy cerca de las ingles. Sus plantas desnudas, sudorosas, se estampaban sobre el piso negruzco.
-Allá está el molino.
Fuimos hasta allá.
-Ésta es la caldera. Sigamos la banda para que conozcas la muela. Te va a interesar.
Y seguimos la banda.
Mi padre hablaba; pero el ruido del molino opacó su voz. En adelante no pude escuchar lo que dijo.
Llegamos a la muela.
Medrosamente me apreté a sus piernas. Dos enormes cilindros giraban uno sobre el otro. Diez peones, con sus vientres protegidos por recios mandiles de cuero, alimentaban la gran máquina. Gruesos tercios de caña morada desaparecían entre los dos cilindros, produ­ciendo ruidos que daban calosfrío. Parecían quejidos humanos.
Mi padre gesticulaba como queriendo comunicarme algo inte­resante. Yo entendí: quería que fijara mi atención en aquella enor­me muela, en aquella máquina gigante a la que no sé qué de trági­co le encontré desde el momento en que la vi. Hice con la cabeza un signo de asentimiento. Mi padre se tranquilizó.
Dimos una vuelta alrededor del estridente aparato.
Por un costado salía el bagazo completamente prensado. Muchos hombres cargaban con él y lo llevaban a secar hasta los enormes patios soleados. Por el otro lado una cascada de líquido zarco, delga­do, corría haciendo burbujas.
-¡Ése es el huarapo! -gritó mi padre a mi oído.
-¡Ah, el huarapo! -murmuré. Un peón escogió para mí la caña más tierna. Me obsequió con ella y sonrió tristemente cuando pasó la manaza torpe sobre mi cabeza. Después me tomó por el hombro y me condujo a un lejano rincón de la fábrica. Allí apenas llegaban los ruidos; pero la muela gigantesca y sus operarios se veían perfectamente.
Mi padre, recargado contra el muro descascarado, me dijo la cruel historia:
-Una mañana, cuando el trapiche empezaba a trabajar, Esta­nislao, el viejo mayordomo, paseaba vigilante muy cerca de la mue­la. El viento jugueteaba con las largas puntas de su jorongo pintado a colorines. En una de tantas vueltas el aire sopló más fuerte y las puntas del jorongo de Estanislao fueron cogidas por los cilindros. La polea giraba a toda tensión; el mayordomo trató en vano de qui­tarse el gabán; gritó pidiendo auxilio; algunos corrieron en su ayuda; pero la gran máquina se lo tragó con la facilidad con que se traga los tercios de caña morada.
"Cuando los peones rodearon la muela, el huarapo se había con­vertido en sangre, y los bagazos salían revueltos con carne molida. Algunos piadosos recibían en botes de petróleo las entrañas machacadas. Pararon la máquina; pero el huarapo enrojecido ya había lle­gado al gran tanque de depósito.
"El mecánico llevó la noticia al patrón. Llegó jadeante a su presencia.
"-¡Señor, algo grave aconteció en la fábrica!
"-¿Qué, otra flecha rota?
"-No, patrón, algo peor, una cosa horrible...
"-¿Se reventó la banda?
"-No, señor, Estanislao el mayordomo fue remolido por la muela.
"-¡Ah! -respiró. Agachó de nuevo su cabeza para terminar el asiento que había empezado en el libro de deudores.
"-¡Bueno, qué le vamos a hacer; Dios lo tenga en su gloria! Pero tú te has quedado como bruto... ¡Qué esperas, vete... recojan los restos que salgan por la boca del bagazo... y que lo entierren!
"-Pero, patrón, la sangre ha llegado hasta el tanque de depósito, no ha sido posible detenerla, yo...
"-¡Cómo! ¿Pero qué dices, animal? Que la sangre ha... ¿Sa­bes que ese descuido me significa la pérdida de toda la molienda del día?
"-¡Señor...!
"-¡Nada, ordena que sigan trabajando! ¡Yo no puedo perder...! ¡Vamos!
"Y vinieron ambos al trapiche.
"Los peones permanecían aún alrededor de la muela. Algunos sacaban con palas los despojos de Estanislao.
"-¡Probe Tanilo! -decían-, ¡y deja familia!
"-¡Bueno, muchachos, a trabajar... y sea por Dios! -dijo el amo al llegar.
"Los peones, aún con la terrible impresión pintada en el semblante, fueron cada uno a sus puestos.
"-¡Vamos, echa la fuerza! -gritó el propietario. Y la polea giró arrancando a los cilindros su chirriar escalofriante. Por el conducto del bagazo salieron los últimos pedazos de carne machacada.
"Del canal del huarapo sólo salió sangre, que caía haciendo burbujas en el gran tanque de depósito.
"-¡Metan caña, plebe...! ¡Yo no puedo perder! ¡Vamos!
"Diez hombres, como ahora, alimentaron de nuevo la enorme muela, la caña morada salía convertida en bagazo y huarapo. El líquido zarco, espumoso, empujaba hasta el tanque el último cuajarón de sangre.
"-¡Vamos, que no es posible perder veinte arrobas de pilonci­llo por una torpeza! ¡Que lleven luego esos botes a la casa de la viu­da para que ella dé sepultura a su difunto...! ¡Pero pronto, pronto, no hay que gastar el tiempo como quiera...! ¡Vamos!
"La gran muela siguió tragando tercio tras tercio de caña; de vez en vez salía entre el bagazo algún guiñapo del gabán de colori­nes de Estanislao.
"Al otro día fueron diez peones en comisión a ver al amo. Lo encontraron como siempre echado sobre el libro de caja. Vio por encima de los lentes a los comisionados; pero no les habló sino has­ta que terminó su apunte.
"-¿Qué hay? -gritó secamente.
"-¡Tío Tanasio, hable usté! -dijo uno de los peones dirigiéndose al más viejo.
"-No, mejor Florentino, es el más letrao -contestó el viejo.
"Florentino, que había estado en el Norte y cuyo prestigio de 'letrado' se fincaba sólidamente en el uso de pantalones de mezcli­lla y zapatos anchos, se adelantó, y tomando su sombrero por el ala lo hizo girar entre las manos para decir:
"-Bueno...  yo y la compañía hemos sido mandados por los demás para ver si usté le da algo a la viuda y a los chiquillos de Esta­nislao, la probe ha quedado muy atrasada y...
"-¡Oh, no sigas! -dijo el patrón haciendo un gran gesto de entendimiento-, ya sé lo que quieren... una compensación. Eso lo aprendiste tú en el Norte, ¿no? Muy bien... ¡una compensación! La hacienda sabrá recompensar ampliamente a la familia de su peón que muere en el trabajo. ¡La viuda tiene derecho! ¡Tiene derecho!
"Tosió, y mientras se rascaba la nuca dijo al empleado del escritorio:
"-A ver, Casillas, déme la nota de las moliendas.
"El empleado le entregó un libro pringoso y de gran volumen.
El patrón se sumió en un mar de sumas y restas.
"Después dijo, enseñando sus dientes negros por el tabaco:
"-¡Ah, ja! Conque una compensación... Muy bien. Mire, Casillas, ordene que le entreguen a la viuda el importe de media arroba de piloncillo, precisamente del que salió ayer... En eso aumentó la molienda; fue por la sangre de Estanislao que pasó hasta el tanque del depósito... ¡Tiene derecho la viuda...! ¡Media arroba!, ¿eh? -y dirigiéndose a los peones-, muchachos: hoy les complazco por­que quiero que esto les sirva de estímulo... ¡Tú, Florentino, desde mañana te quitas esos pantalones y esos zapatos; huarache y calzón blanco es lo que aquí debe usarse; no quiero que hombres vestidos como tú andas me vengan a inquietar la gente...! ¡Si no te parece puedes largarte otra vez al Norte, y allá, si se te antoja, estira la pata para que te den compensación! ¡Ahora a trabajar todo el mundo que la muela siempre está hambrienta! ¡Vamos, vamos, no hay que perder el tiempo en cualquier cosa!
"Y los peones salieron con la cabeza inclinada sobre el pecho, arrastrando penosamente sus huaraches sobre las baldosas del piso.

"Los arrieros de tierra fría, al pasar por el jacal de Estanislao, obse­quiaron a la viuda con un puñado de piloncillo. Ella lo recogió en un paliacate y lo colgó en un rincón de su casucha. Debajo ardió mucho tiempo una lámpara de aceite.
"El cura vino a bendecir el trapiche. Roció la muela con agua bendita, con mucha agua bendita... pero no la suficiente para borrar las manchas que aún se ven cerca del canal del huarapo."
-¿Conque no se te ha olvidado la lección?... ¡Vamos a ver!
-No, no se me ha olvidado, papá... primero es huarapo, des­pués cachaza, después... después...

Francisco Rojas González