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lunes, 21 de agosto de 2017

Valladolid Feria del Libro


Carta de su padre        (1)

Mi querido hijo:
Me escribiste una carta que nunca enviaste. No era para mí -era para que la leyera el mundo entero. (Tú y tus instrucciones de que se quemase todo. ¡Ja!) Nunca fuiste abierto y sincero conmigo- ésa es una de las quejas que dices que yo siempre tenía de ti. Lo dices en la carta que no quisiste que yo leyera. ¿Y a qué suena eso, eh? Pero ahora he leído la carta, la he leído de todos modos, he leído todo, aunque tú decías que yo ponía tus libros en la mesa de noche y nunca los tocaba. Ya sabes cómo es esto, aquí: no es algo que se pueda explicar a quien no está aquí -la gente solía hablar de los secretos que se llevan a la tumba, pero lo divertido es que aquí no hay secretos en ab­soluto. Si había algo que deseabas saber, que deberías haber sabido, si no te deja descansar tranquilo, desde aquí puedes alcanzar ese conocimiento. Sí, eso al me­nos me lo concediste, dijiste que yo era un verdadero Kafka en «fuerza... elocuencia, resistencia, una cierta manera de hacer las cosas a lo grande» y no me he contentado con pudrirme. En eso, sigo siendo el hom­bre que fui, el buscavidas. Infatigable. Infatigable. Capaz de aprovechar cualquier oportunidad. Ahora no hay nada que puedas considerar oculto para mí. Ya sea que digas que lo dejé sin leer en la mesilla de no­che o ya sea que no eras lo bastante hombre, incluso a los treinta y seis años, para enseñarme una carta que al parecer me estaba destinada.
Te escribo cuando ya estamos los dos muertos. Por lo tanto no te mueves. No habrá respuesta por tu par­te, ya lo sé. Empezaste aquella carta diciendo que te­nías miedo de mí -y luego tenías miedo de dejárme­la leer. Y ahora te has escapado definitivamente. Por­que sin la fuerza de voluntad de los Kafka no puedes comunicarte desde la nada y desde ningún lugar. Iba a llamar a esto un desierto, pero dónde está la arena, dónde están los camellos, dónde está el sol -ves, to­davía soy lo bastante mensch como para hacer chis­tes. Oh, perdona, se me había olvidado -a ti no te gustaban mis chistes, mis juegos bobos con los niños. Pobre muchacho mío, desdichadamente tú no tenías vida, en todos esos libros y diarios y cartas (los que enviaste, a extraños, a mujeres) dijiste cien veces an­tes de poner las palabras en mi boca, a tu manera li­teraria, en esa carta: tú eres «inepto para la vida». Así que la muerte te llega, cómo lo dirías tú, de manera completamente natural. No es lo mismo para un hombre vigoroso como era yo, esto te lo aseguro, así que aquí estoy escribiendo, hablando... No sé si hay una palabra para lo que es esto. En cualquier caso, es Hermann Kafka. Te he sobrevivido aquí, igual que en Praga.                   ...(sigue)

Nadine Gordimer