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viernes, 12 de enero de 2018

Barcelona: Urban Sketchers





La muchacha topo

Somos injustos con los topos. Es cierto que ven poco, pero su visión está muy bien adaptada a su medio subterráneo. Su pelo gris, lustroso, distinguido, es un modelo de elegancia. ¿Y qué decir de sus patitas en forma de palas, que unen lo útil a lo agradable? En suma, en esta historia se hablará de una señorita topo: maravilla, delicia y milagro de la gente topina. Sus padres, justamente orgullosos de su progenitura, de situación acomodada -poseían en nuda propiedad varios dédalos de corredores muy buen situados-, soñaban con casar a su única hija con algún personaje de categoría.
* * *
¿A quién elegir? Por consejo de un anciano señor topo, que había viajado mucho en su juventud, pensaron primero en el sol. Éste, aunque poco conocido entre los topos, era apreciado por algunos primos de la superficie, que hablaban muy bien de él. Pero no podían comprometerse a la ligera, el futuro de su amada hija estaba en juego. Por eso los padres se dirigieron a un investigador competente a fin de obtener una información más amplia sobre el personaje. Tras varias semanas de investigaciones, el detective presentó su informe:
-Es sin duda alguien muy brillante.
-¡Ah! -dijeron los padres, impresionados.
-Pero hay un detalle que me preocupa -añadió el detective-. Una nube basta para apagarlo, para ocultarlo, e incluso para hacerlo desaparecer.
-Si las nubes son más poderosas que el sol -exclamaron los padres-, queremos por yerno a una nube. Vaya y descubra una nube de alta categoría para nuestra querida hija.
El investigador partió e inspeccionó todas las nubes. Buscó largo tiempo, examinó de cerca cirros, cúmulos, estratos y nimbos, y finalmente se fijó en un joven apuesto y bien formado, completamente vestido de blanco con una franja gris, muy elegante. Cuando se disponía a comunicarle la halagüeña proposición de los padres de la muchacha sobrevino una ráfaga de viento que partió en dos al elegante, lo dispersó, lo desmenuzó y lo redujo a nada. El investigador regresó, desanimado, a la topera.

-Bien -admitieron los padres-, nos hemos dejado engañar por las apariencias, el viento es, pues, el yerno que necesitamos.
El viento, pero ¿qué viento? ¿El mistral, el siroco, el austro? ¿El harmattan, el chinook, el céfiro, el chergui de las altiplanicies de Argelia, el bora que sopla en las islas afortunadas, el viento del oeste, que trae la lluvia, el sudeste, el foehn, la tramontana o el aquilón? Al detective ya le venía vértigo cuando observó a un viento del este, joven y afilado, que se encarnizaba con hermoso vigor contra un muro de tierra. Se acercó, interesado. El viento soplaba hasta quedarse sin aliento, soplaba y soplaba...
-¡Puedes deslomarte si quieres! -decía el muro, burlón- ¡No me moverás, soy más fuerte que tú!
-¡Increíble! -pensó el investigador-, este muro de tierra resiste, y el viento se agota en vano contra él. Tendré que revisar mi juicio, no es el viento el más poderoso. Es inútil que haga el viaje hasta la topera, sé muy bien lo que me dirán los padres: inicie negociaciones con ese muro inquebrantable que se burla del sol, de las nubes y del viento.
Empezaron las conversaciones. Iban por buen camino cuando el detective se dio cuenta de que su interlocutor se desmoronaba ante sus ojos. Se derrumbaba en lienzos enteros, se disgregaba, se agrietaba y finalmente se venía abajo, minado desde el interior por una monstruosa megápolis topina.

¿Qué creéis que sucedió?
Fue con un joven topo con quien la muchacha topo se casó.
* * *
-¿Para qué sirve recorrer el mundo? -dice el maestro zen- Lo que perseguís con tanto ardor y celo ya está aquí. Es en vosotros donde se encuentra la naturaleza de Buddha. 

Henri Brunel